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Enviado Lunes, 23 de Julio de 2007 - 07:43 pm:   


Diario de un Predicador Viajero Volumen 6 - Capitulo 3
¿Cuándo terminará esto?
Sri Lanka, del 12 al 20 de Enero del 2005

A medida que mi vuelo descendía a Colombo, la capital de Sri Lanka, pude observar un escenario tropical. Sri Lanka realmente se parecía a esa tierra exótica descrita en la revista de vuelo, y se pareció mucho más cuando después de aterrizar, fuimos al templo en auto junto al presidente del templo local de ISKCON, Mahakarta das. La humedad, el interminable arreglo de follaje verde, los exquisitos símbolos del alfabeto sinalés, las multicoloridas banderas budistas y la variedad de frutas a la venta hacían parecer a todo como el paraíso.

De hecho, Marco Polo describió a Sri Lanka como la isla más exclusiva de su tamaño en el mundo.

Pero como cualquier lugar en el mundo material, Sri Lanka también tiene su halo de misterio que los recientes eventos han confirmado, tan sólo dos semanas antes de mi llegada el tsunami, una pared de agua de 10 metros creada por un terremoto submarino a miles de kilómetros de distancia, arrasó con 1340 kilómetros de hermosa costa.

Llegué para ayudar a los devotos locales con los esfuerzos de ayuda, no para disfrutar de lo maravilloso de la isla, la cual atrae anualmente a más de 400,000 turistas. Al bajar del auto en la puerta del templo, Mahakarta dijo, “Desde que el tsunami golpeó hemos estado distribuyendo prasadam en muchos pueblos cercanos a la costa, pero está fuera de nuestro alcance llegar efectivamente a muchas de las víctimas del catástrofe”.

"¿Cuánta gente ha sido afectada?” pregunté.

“Más de 33,000 han muerto” respondió Mahakarta, “y 835,000 se han quedado sin hogar, la mayoría en la parte sureste de la región costera. Las Naciones Unidas y numerosas organizaciones humanitarias están trabajando para hacer llegar alimentos, refugio y demás cosas necesarias en estos distritos, pero las relaciones entre el gobierno sinalés y los rebeldes Tigres de Tamil están dificultando la distribución en algunas áreas”.

Investigando a Sri Lanka antes de partir ya me había formado una idea de la situación política, durante más de 30 años el país se ha visto envuelto en una encarnizada guerra civil entre la minoría (18%) Tamil en el norte y la mayoría (74%) Sinalés en el sur, más de 60,000 personas murieron antes del cese al fuego acordado en el 2002. Sin embargo la frágil tregua ha sido amenazada debido a la insatisfacción Tamil hacia las demandas por la autonomía.

La tensión se evaporó con el tsunami, aunque se acusó al gobierno de brindar más ayuda al lado sinalés, ambos bandos se encuentran ahora preocupados por enterrar a sus muertos y ayudar a los sobrevivientes.

“Tenemos que incrementar la distribución de prasadam” dijo Mahakarta, “los donantes están enviando grandes fondos”.

Estaba de acuerdo, pero perdido por donde comenzar. Muchas organizaciones ya estaban brindando su ayuda y el gobierno ya se había quejado que grupos menores se estaban poniendo en el camino. A medida que las carreteras comenzaban a repararse y los puentes a reconstruirse, toneladas de suministros estaban siendo enviados a las áreas afectadas. Personal de las fuerzas armadas y doctores de todo el mundo establecían una línea de campamentos a lo largo de la costa, aquellos sobrevivientes a la tragedia eran llevados a las escuelas, estadios deportivos, edificios del gobierno o tiendas. Los planes de reconstrucción ya estaban elaborados. Pero se emitieron nuevas leyes de que ya no se podría construir a menos de 500 metros de la costa marítima –una precaución contra posibles tsunamis futuros.

No sería sencillo el saltar simplemente dentro de tal profesional y bien coordinada operación, no se trataría del usual programa de Alimentos para la Vida, en donde llegamos al centro de la ciudad y alimentamos a los desamparados. En Sri Lanka estaríamos trabajando en una zona de desastre.

Telefonee a Priyavrata dasa, director de Alimentos para la Vida Global en América, y juntos se nos ocurrió de llamar a la Cruz Roja y ofrecer nuestra ayuda. Parecería acertado el unirnos a programas ya exitosos, pude entender al escuchar a la secretaria de la Cruz Roja que no éramos los primeros en ofrecer ayuda, “¿qué tipo de contribución puede realizar su organización, Señor?”

Tuve que pensar rápido “estamos preparados para cocinar y distribuir alimentos calientes, señora”.
Hubo una corta pausa, entonces la secretaria dijo “deme su número y lo llamaré en una hora”.
Cuarenta y cinco minutos más tarde mi celular sonó y la secretaria dijo “le he hecho una cita con el secretario del presidente a las 4 de la tarde de hoy”.
“¿El secretario del presidente de la Cruz Roja?” pregunté.
“No, señor, el secretario del presidente de Sri Lanka”.
“Oh, si claro” respondí tratando de ocultar mi emoción.

Esa tarde, acompañado por Mahakarta das, me reuní con el secretario del presidente, el Sr. Krishnan. Sin necesidad de decirlo, él quedó un poco sorprendido al vernos entrar a su oficina con nuestros hábitos.

Se paró y estrechó nuestras manos mientras decía “estoy a cargo de la organización del trabajo de ayuda en nuestro país, estoy tratando con las principales organizaciones humanitarias, tales como Oxfam, Care, la Cruz Roja, Medicina sin Fronteras, UNICEF, etc”.

Bizqueando hacia mi dijo “¿a qué organización representan ustedes?”
“Alimentos para la Vida – Global” respondí, “una rama de la Sociedad Internacional para la Conciencia de Krsna”.
“¿Alimentos para la vida – Global?” dijo.
De nueva cuenta tuve que pensar rápidamente, viendo una computadora en su escritorio dije, “si, Sr. por favor visite nuestro sitio: www.ffl.org
Escribió la dirección y cuando el sitio apareció lo estudió cuidadosamente.
“Veo” dijo luego de unos minutos, “muy impresionante. ¿Entonces su gente puede distribuir alimentos calientes a las víctimas del tsunami?”
“Si, Señor. Tenemos experiencia en el asunto, es comida vegetariana –no carne, pescados ni huevos. ¿será que la gente quiera comer eso? he escuchado que la mayoría de las víctimas eran pescadores”.
“Por ahora no hay problema” respondió, “por el momento los pescadores no están comiendo pescado porque dicen que estos se están alimentando de sus parientes que perecieron con el tsunami”.
“Oh, ya veo” dije con asombro.
“¿A cuántos pueden alimentar diariamente?”
“Cinco mil para empezar” respondí, “y luego más”.

Tomó el teléfono y marcó un número, levanté mis cejas con asombro cuando comenzó a hablar.
“¿General Mayor Kulatuga? Habla el secretario del presidente, entiendo que necesita ayuda con los alimentos en el distrito de Matara. Tengo a un grupo de personas aquí que puede cocinar y alimentar a 5,000 personas por día. Pueden incrementar el número en las semanas siguientes, ¿está usted interesado?”
La respuesta debe de haber sido inmediata porque el Sr. Krishnan dijo, “si señor, los enviaré inmediatamente para que discutan el tema con usted”.

Viendo que cualquier trabajo voluntario aquí en Sri Lanka sería una operación mayor, solicité la ayuda de varios devotos de mi gira polaca para que se me unieran. Tara das y su prometida, Radha Sakhi Vrnda dasi, volaron de Grecia donde se encontraban distribuyendo libros, Santi Parayana das y Rasamayi dasi vinieron de Mayapura, Niti laksa das de Londres, y Laksminath das (quien dirige Alimentos para la Vida en Durban, Sudáfrica) también hicieron el viaje. Dwijapriya dasi y sus dos hijos, Dhruva y Devala, se nos unieron desde Norteamérica. Con muchos de los hombres nos subimos a la van y nos dirigimos hacia el distrito de Matara, una de las áreas más afectadas.

El humor en el auto era optimista, dentro de las 24 horas de haber llegado al país ya nos habíamos entrevistado con el secretario del presidente, quien nos había dado la autorización gubernamental para distribuir alimentos en el área designada y donde nos juntaríamos con los militares para discutir la logística de la alimentación a los refugiados.

El humor cambió de optimista a alivianado cuando un devoto mencionó que había mal clima en Europa y cómo nosotros estábamos en el trópico, pero pronto recordamos que este es el mundo material y que a lo más es un paraíso de tontos.

Cuarenta y cinco minutos más adelante dimos la vuelta a una curva por el tortuoso camino costero, de repente todos nos callamos. Una villa entera estaba reducida a polvo, nuestro chofer redujo la velocidad instintivamente y pudimos ver el destructivo poder del tsunami. Ni una casa quedaba en pie, el lugar entero era una pila de concreto, metal retorcido y pedazos de cristal y madera.

“¡Mi querido Señor!” Exclamó un devoto.
“¡No puedo creer lo que estoy viendo!” dijo otro.

La peor cosa que yo había visto antes era la destrucción en Sarajevo, Bosnia, justo después de la guerra Balcánica. Pensé que nunca vería algo más terrible, una ciudad entera había sido arrasada. Pero a medida que pasábamos por las villas y pueblos golpeados por el tsunami, entendí que esto no tenía precedentes en la historia reciente: 33,000 personas habían perecido en tan sólo 30 segundos. Eso era todo lo que le tomaba a una ola de 10 metros moviéndose rápidamente por la costa, devastando villas. Verlo de primera mano tuvo en mi más impacto que por la televisión.

A medida que proseguíamos mi corazón se quebró al ver a la gente, 20 días después de la tragedia seguían sentados con aturdimiento sobre las ruinas que solían ser sus hogares o negocios. Algunos lloraban. Pasamos frente a una casa que permanecía parcialmente de pie, la fachada de la casa había sido arrancada dejando ver algunos cuartos. Inexplicablemente, a pesar del tsunami, la ropa de los niños permanecía doblada sobre las sábanas de uno de los cuartos.

Pasmado como estaba no había sacado la cámara para tomar algunas fotos para un artículo que se me había pedido que escribiera para la revista De Vuelta al Supremo, por lo que la tomé y comencé a hacer clic kilómetro tras kilómetro, tratando de captar la destrucción. De repente detuve la frenética toma de fotos y puse la cámara a un lado. “No hay prisa” pensé, “estarás viendo escenas como esta cada día durante un mes”.

Cada dos o tres kilómetros había tumbas recién cavadas a lo largo del camino, “no había tiempo para trasladar los cuerpos a algún otro lugar” dijo nuestro chofer, “todas las carreteras permanecían cerradas debido a las ruinas”.

En algunos lugares pasábamos líneas de sobrevivientes parados en la carretera, le pregunté a nuestro chofer qué era lo que estaban haciendo.
“Perdieron todo” dijo, “están allí parados esperando que alguien les de algo –utensilios para cocinar, ropas, juguetes, algunas palabras de confort”.
Aunque Krsna dice en el Bhagavad-gita que un devoto no se lamenta por los vivos ni por los muertos, en ese momento sentí una genuina pena por esas personas. Sin la capacidad de ofrecer alguna ayuda práctica, le oré a Srila Prabhupada para que recibieran la oportunidad del servicio devocional, la panacea a todo el sufrimiento en este mundo material.

quote:

Luchando por la existencia
Una raza humana,
La única esperanza
Su Divina Gracia

[De la ofrenda de Vyasa-puja de Srila Prabhupada, 1932]
Luego de tres horas de manejar, pasando casas derribadas, autos destrozados, botes de cabeza y pilas de pedazos de cosas que no se podrían describir, ya no pude ver más. Tomé mi Bhagavad-gita y comencé a leer. Pensé, “desde este día en adelante si guardas incluso el menor deseo de disfrutar este mundo simplemente eres un tonto y el mayor hipócrita”.

Al pasar por una villa el chofer dijo, “en este pueblo murieron 11,000 personas y 230 autos fueron arrastrados al mar”.

Miré brevemente y pude ver a una niñita llorando cerca de su madre en lo que sería la escalera de su casa, también noté que el tráfico se estaba moviendo lentamente. No había ni un auto pasando a alta velocidad, ni el sonido continuo de las maquinas y de las bocinas que uno escucha en las rutas asiáticas, pareciera que el tráfico se movía lentamente por respeto a las víctimas –vivas y muertas- del tsunami.

Un leve respiro llegó más tarde, justo cuando giramos por la carretera hacia el campamento militar. Miré sobre mi libro y pude ver un gran perro negro sentado en las ruinas de una casa. Pude notar a muy pocos animales a lo largo de la costa. Obviamente habían sido arrastrados por el océano, mientras que otros habían sentido instintivamente el tsunami y corrieron para tomar refugio. De alguna manera este perro había sobrevivido y se veía bien, le pedí al chofer que se bajara la velocidad y le grité “¡Hare Krsna!” al animal, me escuchó y corrió excitadamente hacia el auto, lo saludé al pasar junto a él. Un momento más tarde miré hacia atrás y lo vi sentado en la carretera moviendo su cola –con sus ojos fijos en el auto.

De alguna manera nuestro pequeño intercambio nos había dado coraje a los dos, “en los peores tiempos” pensé, “un poco de amor cae bien”.

Unos momentos más tarde llegamos al campamento militar, el sargento de turno nos estaba esperando y nos acompañó rápidamente a un cuarto con una gran mesa oval al centro rodeada por 12 sillas. Unos momentos más tarde el General Mayor Kulatuga entró acompañado por seis de su equipo, al igual que el día anterior con el secretario, se mostró asombrado al vernos en nuestros atuendos. Nos paramos y lo saludamos, le estreché la mano y permanecí de pie hasta que él se sentó.

El humor era formal mientras el General Mayor comenzaba su discurso, parado con una vara en la mano señalaba una pared llena de mapas.

“Aquí en el distrito de Matara hay 1342 muertes confirmadas, 8,288 personas heridas, 613 perdidos y 7,390 personas han perdido a sus hogares y se encuentran viviendo en campos para personas desplazadas”.

Girando hacia mi y mirándome me dijo, “preferimos no llamarlos campos de refugiados” entonces, con emoción en su voz continuo, “esta es mi gente, no refugiados. ¿Entienden esto?”

Con las escenas de la gente sentada frente a sus casas desvastadas en mi mente respondí, “si señor, lo entiendo”.

Con la vista todavía en mi hizo énfasis en la necesidad actual, “somos soldados profesionales, hemos conbatido a los Tigres Tamiles por años, pero ahora estamos ocupados en limpiar las carretas de deshechos y reparando bienes.

“Y nosotros estamos aquí para ayudarlos” le dije.

Haciendo una pausa y con menos formalidad dijo, “gracias”.

Girando nuevamente hacia los mapas y las cartas dijo, “nuestra prioridad es reabrir los hospitales y escuelas, reconstruir los puentes, y restaurar las comunicaciones. El 75% de las telecomunicaciones, 80% de los depósitos de aguas y el 87% de la electricidad ha sido restaurada.

Mirándome nuevamente dijo “su contribución será el alimentar a la gente en los campos para la gente desplazada. El Sr. Krishnan me ha dicho que ustedes pueden proveer de alimentos calientes ¿es esto correcto?

“Afirmativo señor”.

Haciendo otra pausa me miró con curiosidad y dijo “¿ha estado en el ejercito?”

“Si señor” dije con énfasis, tal como lo hace un soldado al dirigirse a un oficial mayor”.

Sonriendo, asintió con su cabeza, obviamente más conformtado con nuestra cooperación.

Ahora visitarán uno de los campos para que se hagan una idea de lo que está sucediendo” se dirigió a alguien de su equipo y dijo, “mayor Janaka, llévelos a la escuela Rahula, creo que tenemos más de mil personas desplazadas allí”.

Siguiendo en nuestra van a la camioneta del mayor que transportaba a seis soldados armados, condujimos por más de 30 minutos. Al llegar bajamos de nuestros vehículos y al momento fuimos obejtos de la atención de todos. Debido a la humedad sólo los niños se encontraban activos, la mayoría de los adultos estaban sentados en grupos charlando. Pude observar una pila de ropa, que obviamente eran donaciones, varias mujeres estaban husmeando en esta. Había una clínica improvisada en una de las aulas, donde tres médicos de la cruz roja estaban atendiendo a algunos infantes. Cinco miembros del ejercito, obviamente por razones de seguridad estaban sentados en las cercanías.

Se trataba de una escena sobria, aunque el horror de la devastación se encontraba a kilómetros de distancia, la realidad de estas personas que habían perdido a sus familias, hogares y profesiones, se veía claramente en sus rostros. Cuando sonreí a una pareja de ancianos allí sentados, se me quedaron viendo sin ninguna emoción. Vi a tanta gente, algunos expresaron sus pérdidas cuando hablaron conmigo. El mayor me dijo que todos allí en el campo habían perdido al menos a un familiar. Una vez más la magnitud de la tragedia me golpeó.

“Pueden cocinar por aquí.” Dijo el mayor apuntando hacia hacia una vertiente. A medida que nos acercábamos al sitio pude ver a unas personas cocinando arroz y subáis.
“¿De donde obtienen las cosas para cocinar? pregunté al Mayor.
“Nosotros los estamos proveyendo” respondió.
Estaba un poco sorprendido “¿es el mismo caso en todos los campos del área?” pregunté.
“Si lo es.”
¿Y también de todo el país?” profundicé en la pregunta.
“En la mayoría de los lugares”

Fui tomado por sorpresa. Los medios allá en occidente estaban diciendo que las víctimas del tsunami se encontraban en un estado de desesperación por comida.

“Pensé que esta gente estaba hambrienta mayor”.
“Lo estaban en el momento inicial del desastre –durante la primer semana” respondió, "pero ya tenemos las cosas bajo control ahora, el mundo nos ha abastecido de alimentos, medicinas y otras cosas”.
“Entonces que parte nos toca jugar? pregunté.
Pueden hacerse responsables de parte de la carga, mis hombres están sobrecargados de trabajo alimentando a 35 campos en esta región. Hemos estado aquí durante tres semanas. Una organización humanitaria siempre tiene su papel que jugar en cada esfuerzo por servir a la gente que ha sobrevivido al tsunami”.
Me quedé reflexionando en sus palabras y el mayor dio un paso hacia mí y dijo, “el gobierno estará agradecido por lo que puedan hacer, se los aseguro”.

Miré a mi alrededor hacia el campo “no es algo pequeño si el gobierno nos da su reconocimiento por nuestra ayuda durante este tiempo de dificultades” pensé, seguramente dará sus frutos en el futuro, y lo que es mejor, estaremos distribuyendo prasadam, la misericordia del Señor. Esta misericordia es la mejor forma de alivio.

Saliendo de mi meditación estreché su mano y le dije, “jugaremos nuestra parte, empezaremos en tres días”.

Nos metimos rápidamente a nuestra van, nos dirigimos hacia Colombo para recoger al resto del equipo y provisiones. Haciendo un rápido cálculo me di cuenta que necesitaríamos toneladas de arroz, dhal y vegetales. Llamé al Sr. Krishnan y le solicité un camión grande para transportar las provisiones desde el sur, me dijo que estaría listo a tiempo.

Durante la vuelta observé nuevamente con descreimiento la destrucción, en un punto nos metimos en un embotellamiento. Mientras esperábamos nuestro chofer señaló un tren vacío que tuvo sus mejores días con 15 coches todavía en los rieles a tan sólo 30 metros de nosotros.

“El tren fue golpeado de lleno por el tsunami” dijo, “más de 1,000 personas murieron. No sobrevivió ni uno. Todavía estamos encontrando cuerpos en el área”.

Miré un poco mejor y pude ver a hombres con máscaras blancas cubriendo sus bocas y narices excavando en el lodo.

“Las máscaras son por el hedor de muerte” dijo el chofer, “ya han pasado tres semanas y todavía hay cuerpos y están muy deteriorados”.

Se trataba de otro duro recordatorio del rostro cruel de la naturaleza material, retiré mi vista de la escena. Había tenido suficiente para un día, suficientes cuentos de muerte, suficientes escenas de destrucción, suficiente del Tsunami.

“¡Continúe!” le grité al chofer cuando se aclaró el tráfico.
Se me quedó mirando.
“Lo lamento” dije, “ha sido un día muy difícil para mi”.
Al acelerar pensé, “mañana estaremos trayendo alivio, ya que estaremos distribuyendo prasadam”.

Pero a tan sólo dos 2 kilómetros fuimos testigos de otro recordatorio de la existencia material: La consecuencia de una colisión frontal entre dos autos.

“No mire” dijo un devoto retirando la vista de la escena.
“No te preocupes, no lo haré” respondí mientras cerraba mis ojos y cantaba en la japa “¿cuándo terminará todo esto?” pensé.

No deben de haber pasado más de dos minutos cuando Krsna me mostró la lección final y más dolorosa del día. Rodeamos un terreno y de repente un perro corrió frente a nosotros haciendo una pausa a tan sólo 10 metros de nosotros. Lo reconocí de inmediato, era el perro que había saludado temprano en la mañana.

“¡Tenga cuidado!” grité.

Pero la pobre criatura no tuvo la más mínima oportunidad, tan sólo giró su rostro hacia nosotros y nuestra van lo atropelló haciendo un gran estruendo y desapareciendo debajo del vehículo, pude escuchar su cuerpo debajo de las ruedas. El chofer no tuvo el tiempo para frenar.

Ya estaba anocheciendo, asi que nadie pudo ver la lágrima que corrió por mi mejilla hacia el piso de la van, pero adivino que pudieron sentir como me vi afectado.

“Era tan solo un perro” dijo el chofer.
“Era mas que eso” dije en voz baja, “era un brillo de luz entre toda esta muerte y destrucción”.
“Ya casi termina el día Maharajá” dijo un devoto, “llegaremos pronto a casa”.
“Si” dije en voz baja, “quiero regresar a casa, al mundo espiritual, y nunca volver a este mundo de nacimiento y muerte”.

quote:

etam sa asthaya paratma nistham
adhyasitam purvatamair maharsibhih
aham tarisyami duranta param
tamo mukundanghri nisevayaiva

Podré cruzar por el insondable océano de nesciencia y permanecer fijo en el servicio de los pies de loto de Krsna. Esto ya fue aprobado por los acaryas previos, quienes se encontraban fijos en la devoción al Señor, paramatma, La Suprema Personalidad de Dios.

[Srimad-Bhagavatam 11.23. 57 – Uno de los mantras de sannyasa dados por el guru al momento de la iniciación a la vida de renuncia.]
© 2005 - SS Indradyumna Swami - www.predicador-viajero.com

© 2007 Templo Virtual de ISKCON (trad. al español)
El contenido de estas narraciones no podrán ser reproducida sin previo consentimiento por escrito del autor.

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