.

Volumen 5 - Capítulo 12 - Deseando vo...

Istagosthi Virtual » Noticias y Pasatiempos » Diarios Trascendentales » Diario de un Predicador Viajero - SS Indradyumna Swami » Volumen 5 » Volumen 5 - Capítulo 12 - Deseando volver a Casa « Previo Próximo »

Autor Mensaje





Web Servant

Nombre de Usuario: Admin

Mensaje Número: 1215
Registrado: 12-2002
Enviado Martes, 29 de Agosto de 2006 - 05:32 am:   


Diario de un Predicador Viajero Volumen 5 - Capitulo 11
Deseando volver a Casa
País Islámico, 18 de Diciembre de 2003 al 30 de Enero de 2004

Este último Diciembre me encontraba en el aeropuerto de Varsovia haciendo el registro de mi equipaje para un vuelo, cuando de repente escuché a alguien gritando, “¡haribol!”, dirigí mi mirada hacia la voz y pude ver que se trataba de una aeromoza pasando cerca rodeada por la tripulación de su vuelo. Como me encontraba ocupado con mis pasajes solo le dirigí una sonrisa.

Me embarqué en un avión hacia Londres donde podría realizar una conexión hacia un país Islámico. Una hora más tarde abordé la nave, vi a la misma aeromoza la que me saludó nuevamente con un jovial “¡haribol!”, “¡haribol!” le respondí. Miré su identificación y descubrí que era la jefa de abordo.

Luego de que hubiéramos despegado ella se me acercó y se sentó en el apoyabrazos del asiento del otro lado del pasillo. Algunos pasajeros levantaron sus cejas pero ella no se inmutó. “¿Puedo hacerlo?”, me dijo. “Llevo en esta compañía unos 20 años y me retiraré el próximo mes”.

“¡Felicidades!” le dije, su rostro se puso serio, “¿sabe usted?”, me dijo, “¿cuando era joven yo estuve casada con un devoto Hare Krsna?” Levanté mis cejas, “¿en serio?”. “Sí, pero él abandonó el Movimiento al mismo tiempo en que nos estábamos conociendo, era discípulo del fundador, Swami Prabhupada. Se refería a su partida como un blupeo”.

Le dije, “si, ése es el sonido que hace un objeto cuando cae al océano. Cuando un devoto abandona el Movimiento y cae de nuevo al océano de la existencia material, nosotros lo llamamos blupearse”.

“Ciertamente le costó mucho tomar la decisión de irse”, dijo. “De hecho nunca me dijo que había sido un devoto hasta después de años de casados. Durante mucho tiempo lo vi luchando en un conflicto de intereses. Por un lado tenía un profundo interés por las cosas espirituales. Y por el otro tenía un incontrolable impulso por disfrutar de lo material. Una noche nos emborrachamos y en un impulso me llevó al centro a las afueras de Londres, aquel lugar que George Harrison les compró. No recuerdo mucho, pero cuando comenzó a llorar frente al altar, nos pidieron que nos marcháramos. Fue la única vez que visité uno de sus templos.

A medida que pasaba el tiempo mi esposo sucumbió a sus pasiones materiales y comenzó a tomar drogas. En una movida desesperada por ayudarlo tomé el libro principal de su fe, el Bhagavad-gita Tal como es, de un amigo. Mi esposo había hablado de Él en muchas ocasiones. Debí de haber leído ese libro de punta a punta unas diez veces, con la esperanza de encontrar lo que alguna vez había satisfecho el alma de mi esposo.

Mientras comprendía el Gita, comencé a compartir mi entendimiento con él, intentando reavivar su fe. Incluso memoricé algunos versos y solía repetírselos cuando se encontraba en un bajón. A medida que su adicción se profundizaba y comenzaba a robar para mantener su vicio, yo solía buscar con más fervor a lo largo del Gita, buscando pasajes o palabras de apoyo que lo sacaran de su decadencia.

Pero no había ningún progreso, luego de algún tiempo de combinación de drogas, conflictos internos y presiones de la vida causaron que se volviera loco, totalmente loco. Lo tuve que enviar a un hospital psiquiátrico. Nunca se recuperó, hoy en día continúa allí”.

Estuvo hablando con emoción, y muchos pasajeros la escucharon. Estaban mirando con asombro al igual que yo.

“Fue una dolorosa pérdida para mí”, continuó, “nunca más me volví a casar”.

Entonces, puso su brazo en mi hombro y dijo, “¿se imagina cómo pude sobrevivir a esa y otras pruebas en mi vida?”

“¿Cómo?” le pregunté, en beneficio de los pasajeros que estaban escuchando.

“La filosofía del Bhagavad-gita”, dijo con una sonrisa de alivio, “todavía lo leo todos los días. Lo llevo en mi bolso allá en la cabina. Si no fuera por ese libro, yo tal vez me encontraría en el mismo manicomio que mi ex marido.

Me retiraré pronto y estoy planeando comprar una pequeña casa en Gales, continuó. ¿Sabe como pasaré la mayor parte de mi tiempo?”

“No, madame”, le dije. “¿Cómo?”
“Leyendo el Bhagavad-gita”, respondió.

De repente el avión entró en una turbulencia y el cartel de ajustarse los cinturones se prendió. La aeromoza asintió con la cabeza confirmando su última declaración, se levantó y partió.

Al verla irse, la llamé. “Madame”, le dije, “¿me podría dar la dirección del hospital mental? Me gustaría tratar de ayudar a su ex-esposo”.

Negando con la cabeza dijo, “no, no puedo hacerlo”. “Por favor” le pedí, “es importante para mí, él es mi hermano espiritual”.

“Lo lamento, me respondió y giró para continuar su camino, no deseo reabrir ese capítulo de mi vida”.

Cuando el avión descendió y todos los pasajeros comenzaron a desembarcar, ella estaba parada en la puerta saludando amablemente mientras pasábamos por allí. Me detuve y amablemente traté de alentarla para que me dijera a dónde se encontraba su esposo, pero no lo hizo.

“¡Muévase!”, me gritó un hombre. Le agradecí a la aeromoza por haber compartido su historia conmigo, pero bajé del avión con emociones encontradas.

Estaba emocionado de haberme topado con alguien que había hallado tal refugio en las enseñanzas del Bhagavad-gita, pero molesto por escuchar como otro, un hermano espiritual, de hecho, había fallado miserablemente en hacer lo mismo.

En el aeropuerto de Heathrow entré al baño de hombres para cambiarme de ropa por algo más occidental, y luego esperé para abordar mi vuelo de conexión. Me sentía un poco incómodo, ya que tuve que quitarme mi collar y cordón brahmínico para reemplazarlos por una gorra de los Yankees de Nueva York.

Me dirigía a unos de los estados Islámicos más conservadores, y con el motivo de entender un poco más al país, había comprado un libro en Shariah, un libro de leyes islámicas de los gobiernos musulmanes más estrictos.

Mientras el avión despegaba comenzé a leer, algunas leyes hicieron que levantara mis cejas en signo de asombro más de una vez. Shariah declara que un asesino debe ser matado de la misma manera en la cual mató, pero la familia afectada puede acceder a aceptar dinero a cambio de su muerte.

Un ladrón perderá una mano, y si vuelve a robar, perderá la otra mano más un pie. Un hombre puede mantener cuatro esposas, pero no puede tener a dos hermanas como esposas. Las mujeres deben estar completamente cubiertas, excepto en la privacidad de su hogar.

Comenzaba a entender lo estricto del país que estaba visitando, y a medida que el avión comenzaba a descender, empujé mi Nrsimha salagram más profundamente en mi bolso, esperando que si buscaban, los oficiales de aduana no Lo encontraran pero no funcionó.

Luego de pasar migración, me acerqué al control de aduanas donde fui detenido por dos mujeres vestidas en burkas, una túnica negra larga utilizada por las mujeres musulmanes la cual tiene incluso un velo negro en los ojos.

Las mujeres me pidieron que me hiciera a un lado. Luego llegaron dos hombres vestidos con unas prolijas túnicas, quienes me pidieron que depositara mis pertenencias sobre una mesa. Cuando saqué mi ropa azafrán abrieron sus ojos y miraron con sorpresa, pero cuando saqué mi Srimad Bhagavatam los abrieron aún más.

“¿Qué es esto?”, preguntó el hombre en un mal inglés. “Un libro de cuentos”, respondí.

“¿Qué tiene en el morral?”, preguntó. “No mucho” respondí, haciendo que no entendía que lo quería ver.

“¿Póngalo en la mesa?” dijo. No tuve opción, y luego de unos momentos estaban inspeccionando mi japa, y para mi horror, mi Nrsimha salagram.

“Mi Señor”, oré en silencio, “por favor perdóname”.

Uno de los oficiales comenzó a oler la salagram. “¿Qué es esto?”, me preguntó. Estaba tan disgustado que no podía responder.

“¿Qué es esto?”, volvió a preguntar impacientemente. “¿Qué parece?” le dije, no queriendo profundizar mi pena al referirme a la salagram de una manera más mundana, y en frente del propio Señor. “Parece una piedra”, dijo.
“¿Entonces?” respondí.

La puso nuevamente en el bolso. Parecían ansiosos por inspeccionar el resto de mis cosas, pero de repente apareció otro oficial.

“¿Es usted un soldado?”, me preguntó. Encontré la manera de escapar de mi predicamento. “Si, señor”. Respondí con confianza pensando en mis días en la marina. “Cabo Tibbitts. Primer Batallón de la Infantería, Cuerpo de la Marina de los Estados Unidos. Mi compañía se encuentra prestando servicio en esta región”.

“Bien”, respondió. Giró hacia los otros hombres. “Déjenlo ir”, les ordenó.

Mientras caminaba hacia la calle, los parlantes de las mezquitas cercanas les recordaban a los hombres de fe que ya era la hora de hacer reverencias hacia la Meca, por lo que muchos tiraron sus alfombras al piso para orar. Incluso muchos autos se detuvieron y sus ocupantes bajaron a la acera para ofrecer sus reverencias.

Pronto mi contacto me recogió y me llevó al lugar donde me quedaría. Al igual que en otros estados islámicos, me di cuenta que las calles estaban limpias y todo parecía en orden.

Los bares, discos, y clubs nocturnos brillaban por su ausencia, y los hombres y mujeres no se mezclaban libremente. Era muy fácil distinguirlos: los hombres vestían decorosas túnicas blancas, y las mujeres vestían sus negras burkas, cubriéndolas desde las cabezas hasta los pies.

“Póngase su gorra”, me dijo mi anfitrión mientras nos dirigíamos hacia su casa. “Son sólo unos pocos metros hacia la puerta de entrada”, dije con un poco de sorpresa. “Aquí solo hace falta una queja”, dijo seriamente.

Los programas se llevarían a cabo en diferentes casas cada noche, en silencio, con puertas cerradas a prueba de ruidos. Me habían dicho que los programas no estaban prohibidos, pero el exceso no sería tolerado.

Durante mi visita, favorecí la lectura sobre los kirtanas. Tenía mucho que decir, ya que me sobraba el tiempo para estudiar. Confinado a mi cuarto, sin permiso para pasear por las calles, me las arreglé para leer las Enseñanzas del Señor Caitanya de punta a punta en sólo siete días. No estoy acostumbrado a estar encerrado todo el día, por lo tanto en un momento dado me desesperé.

“Me gustaría volver a casa”, me dije en voz alta una mañana. Enseguida me miré al espejo y me regañé. “¿Hogar?”, me pregunté. ¿Un hogar? Te encuentras en la orden de renuncia. ¡Debería darte vergüenza!

Me impuse un pequeño castigo por la momentánea falta de sannyasa dharma que tuve.

Hice un voto, mañana ayunaré todo el día.

El día siguiente a mi ayuno, mi anfitrión vino y me dijo que tendríamos un programa fuera de la ciudad con trabajadores de la India.

¿Trabajadores foráneos? pensé. Me suena a un programa realmente simple.

A medida que nos adentrábamos en las afueras, pude notar un gran número de palmeras alineadas en la carretera, mi anfitrión giró hacia mí y me dijo, “el Shariah declara que uno puede recibir una gran multa por cortar indiscriminadamente una palmera”. “¿En serio?”, respondí.

“Si”, dijo, “y Dios prohibe golpear a un camello con tu auto. Son especies protegidas. Y si golpeas un camello, recibes karma instantáneo. Son animales muy pesados, con sus largas patas al golpearlos, inmediatamente caen sobre el parabrisas, mucha gente ha muerto de esta manera”. “Interesante” dije.

Mi anfitrión me miró con una expresión de asombro. “¿Interesante?”, dijo. “No interesante de una forma entretenida”, dije, “sino de una manera curiosa”.

Su malentendido a mi comentario sólo agregó más frustración a mis sentimientos por vivir en encierro, y a los rigores de mi ayuno auto impuesto el día anterior.

“Estoy seguro que me gustaría estar en Vrindavana en este momento”, me dije. Estacionamos el auto frente a una vieja ferretería, “haré esto de una manera muy
Rápida”, pensé. Me puse mi gorra en la cabeza, desajusté mi cinturón, salté fuera del auto, y caminé rápidamente hacia la entrada antes que cualquier vecino se diera cuenta de mi presencia, tal como indicaba el procedimiento.

Al entrar a la oficina me sorprendió escuchar un maravilloso kirtan Bengalí reproducido en el sistema de audio. “Sonidos del mundo espiritual”, me dije. “Es casi como estar en Mayapura”.

Cerré mis ojos y tomé una pausa para sentir el auspicioso sonido. Mi anfitrión agarró mi brazo, “vamos al cuarto principal”, me dijo.

Sin entusiasmo de proseguir, lamenté perder ese pequeño momento en el mundo espiritual. ¡Pero al otro lado me esperaba una sorpresa aún mayor! Al abrir la puerta quedé sorprendido al ver a un grupo de 40 hombres bengalíes, muchos vestidos con dhotis y kurtas, tocando mrdangas y kartalas mientras cantaban los Santos Nombres y bailaban en éxtasis.

Después de todo no era un disco, era un kirtan en vivo. Un devoto cantaba y el resto respondía:

quote:

Gaurangera duti pada, jar dhana sampada, se jane bhakati-rasa-sar

(Se trataba de Savarana-Sri-Gaura-Mahima (Las glorias de Sri Gauranga), una canción de Narottam das Thakur's Prarthana:

Cualquiera que haya aceptado los dos pies de loto del Señor Caitanya puede entender la verdadera esencia del servicio devocional

[Gaurangera madhura-lila]}El líder cantó en voz alta:

quote:

Jar karne prabesila hrdoya mirmala bhelo tar

(Y nuevamente oí un coro de voces en su lengua madre:-)
Cualquiera que haya aceptado los dos pies de loto del Señor Caitanya puede entender la verdadera esencia del servicio devocional.
Con sus brazos alzados y sus ojos al cielo cantaban:

quote:

Je gaurangera nama loy tara hoy premodoy, tare mui jai bolihari.

Aquel que simplemente toma el Santo Nombre de Gaurasundara, Sri Krsna Caitanya, desarrollará inmediatamente amor por Dios. A tal persona yo le digo, ¡Bravo, muy bonito, excelente!
Los hombres bailaban con gracia, sus rostros y movimientos estaban llenos de sentimiento. Estaban tan absortos en el rasa del kirtan que ni se dieron cuenta de mi llegada. De repente me vieron, y todos giraron hacia mí para ofrecer reverencias.

Permanecí parado, avergonzado, sintiéndome no merecedor de la atención de estos hombres que mostraban tal sentimiento por el Señor Caitanya. Uno de ellos me pasó una mrdanga y comencé a cantar lentamente

quote:

sri-krsna-caitanya prabhu doya koro mor, toma bine ke doyalu jagat-somsare

Mi querido Señor Sri Krsna Caitanya Mahaprabhu, por favor sé misericordioso conmigo, ya que ¿quién puede ser más misericordioso que Su Señoría dentro de estos tres mundos?
Sin tomar conciencia del lugar, nos sumergimos más y más en el néctar del canto del Santo Nombre por más de una hora. Aunque éramos desconocidos, la alegría del kirtan nos hizo una sola familia espiritual, y bailamos y cantamos con abandono, como si nos conociéremos por años.

Al llevar el kirtan a su cierre les pregunté que tema sugerían que hablara.

En coro, casi al unísono, los hombres respondieron, “hable sobre Gauranga Mahaprabhu”. Así que hablé sobre el pasatiempo del Señor Caitanya tomando sannyasa.

Cuando llegué a la parte en la cual el barbero cortaba el hermoso y largo cabello negro de Mahaprabhu, muchos de los hombres tenían lágrimas en sus ojos.

Finalicé después de una hora, ya era tarde, me paré, pero ellos inmediatamente pusieron una mrdanga en mis manos. “¡Más kirtan!” dijeron. “¡Más kirtan! ¿Quién ha venido a alentar a quién?” pensé. “Estos hombres me brindan mucha misericordia”.

Nuevamente tuvimos un kirtan, finalizando con el placer de un festival tradicional Bengalí, completo, con las preparaciones favoritas del Señor Caitanya, unos vegetales verdes llamados sak. Al final, fuimos inundados con dulces Bengalíes.

Durante las tres horas que pasé con estos hombres aprendí una importante lección. En su asociación no sentí la incomodidad de ser un extranjero y me sentí perfectamente como en casa, en una atmósfera espiritual.

Entendí que aunque mis lugares preferidos para residir, las santas tierras de Vrindavana y Mayapura se encontraban lejos, en la India, de hecho estas se manifiestan a donde sea que los devotos canten los Santos Nombres del Señor.

Se trata de una lección invaluable y oro para que no se me olvide.

quote:

Cuando Krsna descendió en la Tierra, Él apareció en Vrindavana. Aunque en este momento yo estoy viviendo en Norteamérica, mi residencia está en Vrindvana, porque siempre estoy pensando en Krsna. Aunque pueda que me encuentre en un departamento en Nueva York, mi conciencia se encuentra allí, y esto es tan bueno como estar viviendo allá.

[Srila Prabhupada, Camino a la perfección, Página 128]


© 2003 - SS Indradyumna Swami - www.predicador-viajero.com

© 2006 Templo Virtual de ISKCON (trad. al español)
El contenido de estas narraciones no podrán ser reproducida sin previo consentimiento por escrito del autor.

Si desea leer el Diario de un Predicador Viajero vol. 3 y 4, favor de visitar: http://www.iskcon.com.mx/biblioteca
Si desea adquirir copias impresas del Diario de un Predicador Viajero, favor de visitar: http://www.predicador-viajero.com

Para enviar una Krishnacard de SS Indradyumna Svami favor de visitar: http://www.krishnacards.com/cgi-bin/search.cgi?indradyumna

Agregue su Mensaje Aquí
Envío:
Negrita Itálica Subrayado Crear hiperenlace Insertar una imagen prediseñada

Usuario: Información de envío:
Esta es un área privada, sólo los Usuarios Registrados y los Moderadores pueden enviar mensajes desde aquí.
Contraseña:
Opciones: Permitir código HTML en el mensaje
Actvar URLs automáticamente en el mensaje
Acción:


Administración

Terminar Sesión
Dona al Istagosthi Virtual

Página Previa

Próxima página